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miércoles, 18 de noviembre de 2009

Del escritorio de Pepe

* Especial


Por: José Luis Espinosa Paz

Banquetazo mortal

Cuento

Conocí a Reynaldo cuando él trabajaba de limpia latas en una famosa panadería de la ciudad, ubicada en aquel entonces en pleno corazón del mercado municipal. Era un poco mayor que yo, sin embargo iniciamos una buena amistad que perduró a través de muchos años. Rey, como solíamos llamarle sus amigos, era un muchacho listo, diligente y gentil que se esmeraba en complacer a su patrón y se llevaba a las mil maravillas con los tahoneros y demás personal de aquella empresa panificadora. Tenía en cambio un pequeño defecto, una malhadada costumbre de caminar a mitad del arroyo, a media calle, ignorando categóricamente las banquetas (donde las había), sin importarle en lo más mínimo el consecuente riesgo al que se exponía voluntariamente y que mantenía a su familia con el Jesús en la boca, cada vez que salía de su hogar con dirección a su trabajo o viceversa.
En distintas ocasiones, cuando nos encontrábamos y entablábamos conversión, yo lo instaba a que se subiera a la acera para platicar sin ningún peligro, pero él insistía invariablemente en permanecer en el arroyo. Su necedad comenzó a hacer preocupante.
Pasaron los años y su congénita manía, lejos de corregirse, parecía ir en aumento, sembrando el mal ejemplo entre muchos otros transeúntes de este lugar que, contagiados por la tenacidad de su locura, terminaron por imitarle. Así, paulatinamente se hizo común que infinidad de personas comenzaran a transitar por las arterias del pueblo siempre a media calle, sin importarles el riesgo de ser atropelladas por los automóviles, carretas y carretones que circulaban a todas horas.
Afortunadamente para Reynaldo y sus imitadores, el tráfico vehicular en aquellos años era veinte veces menor que en nuestros días lo que no los salvaba de cosechar un alud de florilegios impublicables y no menos abundantes recordatorios maternales, obsequiados generosamente por camioneros, taxistas y demás conductores irritados ante lo que consideraban una obstrucción en su camino.
Durante todos esos años, Reynaldo corrió con mucha suerte, o quizá el Ángel Guardián que le asignaron, desempeñaba excelsamente su trabajo, pues el suicida limpia-latas jamás sufrió accidente alguno. Aquí, habría que ponderar con toda justicia, la pericia de los conductores huixtlecos que se esmeraron por proteger al incorregible caminante; no así a los otros, que con alguna frecuencia resultaban atropellados.
Pese a que Reynaldo no era dado a viajes o a paseos, por mera casualidad nos encontramos en una ocasión en el parque central de Tapachula y sin desearlo fui testigo fortuito de las cálidas y amorosas salutaciones maternales que les brindaron los choferes en nuestro escaso recorrido de 3 cuadras rumbo a la terminal de autobuses; motivabas sin duda por su incorregible manía de caminar a media calle.De nada valieron mis ruegos y mis protestas: Su aversión a las banquetas era incurable. La frase que más recuerdo de aquella andanada de palabrotas, sonaban más o menos así: “Súbete a la banqueta, pen… tonto huixtleco”.
Siguió corriendo el tiempo y le perdí la pista a mi amigo, aunque luego me entere que se había aficionado a la bebida, de tal modo que ahora tenía problemas muy serios con su familia, razón por la que estaba considerando en esos días, la posibilidad de marcharse a radicar en el Distrito Federal, lugar donde vivía su hermana mayor.
Fueron muchas las veces que me pregunte, y me sigo preguntando todavía, la razón de la extraña conducta de mi amigo y de muchos otros que aún en nuestros días, insisten en conservar vigente la tradición impuesta por él ha muchos años, y aunque ahora los accidentes son más frecuentes, parece ser que no habrá poder alguno que los haga desistir. Sin embargo, es justo aclarar que no todas las personas que caminan a media calle lo hacen en honor a Reynaldo o forman parte de su clan; algunos se ven obligados por la circunstancia, que a decir verdad son muchas. Quizá Huixtla sea la única cabecera municipal
donde la gente camina a media calle, dado que en Huixtla, las banquetas sirven para todo, menos para caminar sobre ellas. Las banquetas de mi pueblo son las más variadas del mundo. ¡Que orgullo! ¿No?...

Existen las de “caché”… O sea, las de altura prodigiosa… Esas, desde las cuales los moradores nos contemplan como simples hormiguitas… Las de “jardín en extensión”… Es decir, las que se encuentran circundadas o cercadas y llenas de plantas o arbustos… (A espaldas de la gasolinera hay un hermoso ejemplo)… Por ahí también hay unas muestras de las que se construyen en forma de balcones y solo para el servicio de los habitantes de esas casas. Las hay de rampa, trampolín y clavado: Las que tienen por donde subir, pero en cuyo final hay que bajar de un salto. Existen también las que discriminan a los gordos; pues se necesita ser un verdadero tilico para poder transitar en una acera de 30 o 40 centímetros. Carecemos además de banquetas especiales para discapacitados y las rampas que se han destinado para ellos, por lo regular siempre están obstruidas por vehículos de todo tipo… Particulares u oficiales.
Razón tenía entonces aquel ex presidente del pueblo que tanto se preocupó por construir banquetas y más banquetas allá por el rumbo de la secundaria Benemérito de las Américas, aunque algunos malintencionados lo bautizaran por esto con el mote de “Charles Andador”.

Sin contar las que no existen desde luego, se puede asegurar que las que están construidas para ser usadas por personas normales, lejos de estar al servicio del peatón, se venden o se alquilan a las patas o ruedas de cualquier puesto de tacos, de tortas y demás armatostes al servicio del hambre y de la glotonería en vía pública. Se les encuentra además, llenas de gravas, de arena, de cascajo o ripio procedente de las casas en construcción.
Otras sirven como piso de plaza a los vendedores de chacharas, medicinas o fayuca. Muchas otras resultan un perfecto estacionamiento, o pueden ser usadas como patio de servicio de un montón de talleres callejeros. Algunas, muy céntricas por cierto, se encuentra atiborradas con diversas mercaderías o escaparates publicitarios de algunas tiendas o comercios. Las restantes, quizá pudieran ser utilizadas, claro si no estuvieran ocupadas por algún o algunos borrachitos que duermen la mona, o si “Nerón”, el bravo guardián del dueño de la casa anda “embramado” y se fue justamente de “pata de perro” con la demás jauría. Todo esto sin olvidar a los ya escasos vecinos que todavía conservan la tradición de sacar sus sillas a la banqueta para tomar el fresco de la tarde, obligando con ello a los transeúntes a seguir caminando a media calle… Con todo esto, ¿podrán lo seguidores de Reynaldo abandonar algún día esta añeja costumbre?... No, no lo creo… No ahora que Reynaldo se ha convertido en mártir… Imposible ahora, que selló para siempre el triunfo y la perpetuidad de esta persistente costumbre del lugar.
Bueno… El fin de este relato me parece triste; me enteré meses después de su partida, que mi amigo no vivió mucho tiempo en el Distrito Federal… El cambio de aires le sentó muy bien, los consejos y el cariño de su hermana lo hicieron cambiar… Abandonó la bebida y aprendió poco a poco a caminar sobre las aceras… Justipreció su importancia. Aprendió a viajar en el metro, se cuidaba al cruzar las avenidas, cruzaba los pasos a desnivel… Por fin, la cordura llegaba a su cerebro… ¡Reynaldo estaba curado!
Le consiguieron trabajo en una panificadora de la Colonia Peralvillo, su vida parecía haberse enderezado.Terminado su turno, después de su primera semana de trabajo, cuando se dirigía a su vivienda, fue brutalmente atropellado, mientras cruzaba la avenida, por un destartalado microbús, que al quedarse sin frenos, le fue imposible respetar el alto y lo embarró contra el pavimento.
Descanse en paz.
Fin
Autor: José Luis Espinosa Paz
Huixtla, Chiapas, México
Publicado el 19 de julio del 2003

Ve también: Descansa en paz

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