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viernes, 25 de julio de 2008

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La chispa que incendió Tlatelolco

México, DF. Julio 24.- Samuel Borrego Mora tenía 17 años en 1968. Estudiaba en la Escuela Vocacional número 2 del Instituto Politécnico Nacional, ubicada entre las calles Tolsá y Tres Guerras. El 19 de junio fue testigo de la primera chispa que daría forma al movimiento estudiantil. El preludio de lo que pasaría el 2 de octubre.
Ese día llegó a las 7:00 horas a la voca. Vivía en el Estado de México. Tenía una cita en el auditorio de la escuela, donde le informarían respecto al otorgamiento de una beca, que era una extensión de los beneficios obtenidos desde la prevocacional, debido a sus buenas calificaciones.
Dejó que corriera el tiempo. Nada anormal vislumbraba. A las 12:00, hora de la convocatoria, él y otros cinco becarios se apersonaron en el auditorio. De pronto escucharon algo de boruca y observaron a un grupo de jóvenes, denominados “porros”, que invitaban a irse de pinta al Bosque de Chapultepec.
Invitaron a Las Juanas, denominadas así las estudiantes de la Secundaria Técnica Sor Juana Inés de la Cruz, ubicada sobre calle Tres Guerras. Los dirigentes porriles, como siempre, tenían el propósito de “hacerse de provisiones” en los comercios vecinos
Y así pasó.
Y empezaron el acostumbrado recorrido por diversas misceláneas y vinaterías. En realidad era una táctica para chantajear a dueños de comercios; es decir, los dirigentes azuzaban a la caterva, que extraían refrescos, galletas, dulces, cervezas, etcétera, y más tarde los cabecillas se presentaban a “cobrar protección”.

- ¿Asaltaban y cobraban protección?
- Llevaban a los muchachos, que acarreaban todo lo que encontraban a la mano, y de esa forma ellos, los líderes, presionaban para cobrar protección a los dueños de los negocios, recuerda el hoy maestro de la ESIME.

Después del asalto a comercios, continuaron su ruta programada, cuadras adelante se detuvieron frente a la preparatoria particular Isaac Ochoterena, sobre Lucerna número 16, ahí provocaron una trifulca.
Los que iban a ser agredidos, más numerosos que los porros, respondieron, haciéndolos retroceder. Los politécnicos fueron por refuerzos y volvieron, pero esta vez encontraron pocos alumnos; arremetieron contra ellos y rompieron parabrisas de autos.
Y se dispersaron.
Llegó el lunes. Todo tranquilo. Aparentemente. El martes siguiente, no obstante, la bronca daría otro giro.
Llegó el martes 23. Samuel Borrego Mora había sido citado, igual que otros cinco estudiantes, a las 11.30. La idea era afinar los datos de su beca, que la escuela había prometido con la ayuda de la Ford Motor Company.
Pero se suspendió todo.
Y es que en ese momento, desde el auditorio, Borrego y su compañeros escucharon que afuera había un tremendo alboroto. Se asomaron por las rendijas de las ventanas, reforzadas por mallas metálicas, y pudieron observar un inusual bullicio, al mismo tiempo que escuchaban ruidos de cristales que se rompían.
Los seis estudiantes salieron a la calle, pues oyeron rumores de que habían sido atacados por alumnos de la prepa Isaac Ochoterena. Borrego Mora pudo asomarse a las calles Tolsá y Tres Guerras, incluso parte de Bucareli, y descubrió una barricada de granaderos, que abrían paso a los presuntos agresores, identificados con brazaletes blancos, y hasta que salió el último de ellos volvieron a cerrar filas.
Los estudiantes quedaron atrapados, frente a un piquete de granaderos que obstruían los accesos. Y surgió el primer choque.
Como eran más estudiantes que policías, los uniformados lanzaron gas lacrimógeno, al mismo tiempo que otros avanzaban, los estudiantes retornaron a la escuela, de cuya azotea empezaron a lanzar proyectiles, mientras que sus demás camaradas corrían a la vocacional número 5
El día 26, como protesta por la agresión policiaca, estudiantes del IPN realizaron una marcha.
Borrego Mora, quien percibe el hecho en un contexto de la época:
“Era la lucha plena por el poder en México y el surgimiento de grupos paramilitares, quién sabe si halcones, con técnicas para administrar el conflicto, el cual culminó con la llegada de Echeverría a la presidencia de la República”.
El ahora maestro de la ESIME, quien asegura que siempre estuvo al margen del movimiento estudiantil, también ubica a éste en la trama de lo que asimismo se percibía en otros países, como Francia.
Tiempo después, el edificio de la Escuela Vocacional número 2 se convirtió en la Comisión de Operación y Fomento de Actividades Académicas del IPN — “instancia encargada de promover y gestionar los donativos destinados a incrementar la cantidad de becas de los estudiantes de escasos recursos”. Entre un cúmulo de anuncios de la fachada hay una inscripción:
“Este edificio alojó durante muchos años a la Escuela Vocacional número 2 y fue escenario de uno de los episodios que desembocaron en el movimiento del 68. Actualmente resguarda también una librería y los talleres gráficos del Politécnico”.
Muy cerca de ahí continúa el tradicional mercado de artesanías de La Ciudadela. ¿Qué escuchaban o veían en aquella época los
comerciantes?
“Eran muchos jóvenes. Entraban por todas las puertas del mercado. Venían a esconderse en los hornos de vidrio soplado”, recuerda Teresa Pérez Herrera, quien tenía 22 años. “A unos se los llevaban las patrullas, que se estacionaban sobre Balderas; otros lograban escapar”.
Ella estaba con su esposo Francisco Olivares. “Sentíamos temor, pero no se metían con nosotros”, recuerda la señora, ahora de 62 años.
Su vecino José Ángel Zamora, de 64 años, dice que también eran interrogados por soldados que formaban retenes. “Ni siquiera nos imaginábamos la magnitud del problema”, evoca. “En las noches ya no salíamos, porque escuchábamos ráfagas de pistolas; pero se oían más tupidas después de las 23:00 horas”. (Retomado del periódico Milenio)

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