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martes, 23 de septiembre de 2008

Septiembre ya olía a 2 de octubre, el movimiento estudiantil, hace 40 años

México, DF. Septiembre 22.- Son las diez de la noche del miércoles 18 de septiembre de 1968 y no llegan. Otra vez, la asamblea comenzará tarde… En el auditorio del segundo piso de la Facultad de Medicina de la UNAM hay apenas reunidos 50 o 60 delegados del Consejo Nacional de Huelga (CNH). Los pocos inician la sesión y acuerdan incluir en el orden del día un llamado de atención por la impuntualidad de sus integrantes.
Avanza el tiempo. Mientras la asamblea carbura, unos recorren los pasillos y las rampas, van al baño, otros descansan o discuten: son días definitivos para el movimiento estudiantil, difíciles. La persecución se recrudece, la actividad de las brigadas mengua, el diálogo público con el gobierno no avanza y el rector Javier Barros Sierra llama a regresar a las clases. Entre los dirigentes se abren las diferencias, aunque todos cierran filas a la hora de votar que la huelga continúe.
Los frentes de ataque contra el movimiento se multiplican desde el poder y la prensa hace lo suyo: “El movimiento pierde fuerza entre los estudiantes”, asegura El Universal. “Hay intereses ajenos, dicen los cuatro partidos”, según Novedades. “Intransigentes”, critica El Heraldo de México.
Los estudiantes resisten. Hay amenazas y son constantes las llamadas telefónicas a las escuelas para prevenirlos, recuerda Luis González de Alba: “Sí, sí, está bien; daremos aviso para evacuar las escuelas. No se preocupe, por supuesto que nos pondremos a salvo, gracias”.
Tantos borregos (rumores) habían corrido en semanas anteriores, que nadie quiso creer… Hasta que aparecieron frente a sus ojos las tanquetas, los jeeps y los convoyes. El Ejército había entrado a la Ciudad Universitaria.

No se puede restaurar la historia
Sólo años después se conocieron los detalles de la operación militar “Restauración”, prevista para las 22 horas del miércoles 18 de septiembre de 1968 y en la que participó por primera vez el llamado Batallón Olimpia.
Así lo revelaron el informe de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado y los partes militares publicados por el periodista Julio Scherer en su libro Parte de guerra II. Los rostros del 68.
Lo cierto es que no había que esperar los archivos de la Dirección Federal de Seguridad ni los documentos que entregó a Scherer el entonces secretario de la Defensa Nacional, Marcelino García Barragán, para comprobar que en la ocupación militar de CU participó el Batallón Olimpia. Al día siguiente, García Barragán declaró a la prensa: “Aunque el Ejército desocupe la Ciudad Universitaria, el Batallón Olimpia vigilará en forma permanente el Estadio Olímpico”, informó Novedades el 19 de septiembre, en el último párrafo de una nota dedicada a las declaraciones oficiales.
La prensa no investigó ni preguntó más. Ya llegaría el 2 de octubre para escribir la historia del Batallón Olimpia en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.

Y el poeta calló…
Ahora el escenario es la Ciudad Universitaria y en la UNAM, como en el resto de las escuelas en huelga, la vigilia es permanente y, la actividad, incesante.
Ocupados durante el día en las asambleas y el activismo, en la noche los brigadistas imprimen volantes, trabajan en la propaganda, marcan billetes con consignas y hacen cuentas de los pesos y centavos para entregar su cuota diaria al movimiento.
En los altavoces del campus se escuchan los versos de León Felipe, el poeta español republicano, exiliado en México, fallecido ese 18 de septiembre.
“Gracias, señor de la heredad, por dejarme contemplar este mudo paisaje de girándula…” Radio UNAM transmite sus palabras mientras avanza el Ejército entre los estudiantes, bajo las órdenes del general brigadier Crisóforo Mazón Pineda y, al frente de las operaciones en el campus, el general José Hernández Toledo.
El Ejército dispuso de diez mil soldados del regimiento de Caballería Mecanizado y los batallones de Fusileros y Paracaidistas, Ingenieros de Combate y Guardias Presidenciales, quienes partieron del Campo Militar Número 1 hacia Universidad, Insurgentes y Revolución para circunvalar el campus y seguir órdenes, entre ellas, “detener y entregar a las autoridades competentes a los agitadores del Comité Nacional de Huelga”.
Esos “agitadores” no eran sino los 200 estudiantes —jóvenes entre 15 y 26 años— que integraban el órgano de dirección del movimiento estudiantil, quienes esa noche, “por la fortuna de la impuntualidad” —como dice Adriana Corona— y el desconocimiento de los militares del terreno que pisaban, lograron escapar casi todos.
“A la sesión del consejo llegó un compañero de Veterinaria que nos avisó: ‘Córranle, que ahí está el Ejército’. Al principio no hicimos caso, pero luego escuchamos el griterío en los pasillos de Medicina. Luego se escucharon las bototas y los motores de las tanquetas y los jeeps. Salimos corriendo, cada quien como pudo”, recuerda Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, representante ante el CNH por Chapingo, quien esa noche presidía la asamblea junto con Jorge Peña Martínez.
“Yo había llegado con otra compañera, que seguramente me odió el resto de su vida. La invité porque se había tomado la decisión de formar a más gente. Yo fui al baño y la dejé. Cuando iba subiendo por las rampas, vi que llegaban los tanques. Bajé a una velocidad impresionante y corrí a donde estaba mi compañera, pero ya en ese momento venían los soldados. El compañero con el que iba me tomó del brazo, muy fuerte, y me dijo que ella ya se había ido. Entonces nos fuimos corriendo hacia Odontología… Si no le hubiera hecho caso, me hubieran detenido”, recuerda Adriana Corona.
Nadie prestó atención a las voces que llamaban a esconderse en los árboles, recuerda Myrthokleia González, representante de la escuela Wilfrido Massieu, del IPN: “Vámonos, dije. Y corrimos. Nos subimos a los toldos de los carros, saltamos la barda de Odontología y nos fuimos para una iglesia”.
Era la capilla de Copilco, donde se refugiaron también Marcia Gutiérrez, de Odontología; Raúl Álvarez Garín, del IPN, “y otro compañero del Poli, que no recuerdo su nombre”, dice Marcia.
Allí les abrió la puerta el sacerdote Alejandro Morelli, quien participó en la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial.
“Ya más tarde salimos de allí, escondidos en la cajuela de unos autos —recuerda Myrthokleia— y nos repartieron en distintas casas. A mí me llevaron con una tía a la colonia Del Valle”.
En su escape, los universitarios hicieron lo posible por sacar los mimeógrafos, la propaganda, sus autos. Corrían entre los tanques, hacia los pedregales. Como lo hizo Heberto Castillo, que pudo llegar al Estadio Azteca y ahí lograr que alguien lo sacara y llevara a casa de una amiga, donde se escondió temporalmente, recuerda su viuda, Teresa Juárez, en el Memorial del 68.
Hasta Marcelino Perelló, que iba en silla de ruedas, pudo escapar gracias a la ayuda de sus compañeros, quienes lo sacaron del campus salvando las rocas volcánicas. (Dos días después, al escritor Juan García Ponce lo confundieron con Perelló, por llevar el cabello largo y andar en silla de ruedas, y fue detenido a las puertas del periódico Excélsior, luego de entregar un desplegado de protesta por la ocupación de CU).
En la operación militar el único de los dirigentes estudiantiles aprehendido esa noche fue Romeo González Medrano, de Ciencias Políticas, así como el profesor Eli de Gortari, de la Coalición de Maestros.
“Seguramente su servicio de inteligencia les avisó a tiempo de la presencia de las tropas y pudieron salir antes de que se tendiera el cerco”, especuló una fuente no identificada en El Universal, en su edición del 19 de septiembre.
Las detenciones, sin embargo, continuaron. Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca fue capturado dos días después, en casa de una amiga por el rumbo de Los Dinamos, donde se escondió luego de la ocupación. También fueron encarcelados personajes que no tenían que ver con el movimiento, como el ex director de la revista Política Manuel Marcué Pardiñas, identificado como “comunista” y a quien detuvieron cerca de la Alameda, en su auto.

La resistencia se llama Alcira
Luego de que llegaron hasta Medicina en dos columnas formadas por tanques, en sentido inverso los soldados recorrieron a pie el campus, recuerda Raúl Álvarez Garín. Así lograron la captura de mil 500 personas, entre estudiantes, maestros, trabajadores universitarios y padres de familia, que esa noche se encontraban en asamblea, en la planta baja de Medicina.
También fueron aprehendidos funcionarios de la UNAM que se encontraban trabajando en la Torre de Rectoría y en algunas facultades, pues la huelga implicaba la suspensión de clases, pero no del resto de las actividades universitarias. González de Alba recuerda incluso que esa noche fueron encarcelados los sinodales de un examen profesional, el examinado y sus familiares.
Entre los funcionarios universitarios detenidos por la tropa estaban el director de Publicaciones de la UNAM, Rafael Moreno; el director del Departamento de Servicios Sociales, Julio González Tejada; el ayudante del rector, Octavio Romero; el oficial mayor Jorge Ampudia; el subdirector de Prensa, Pablo Marentes, y la directora de la Escuela Nacional de Economía, Ifigenia Martínez.
“Íbamos tratando de salir, cuando escuchamos en los altavoces: esto es la ocupación de la Ciudad Universitaria, están ustedes bajo arresto. Trajeron camiones de redilas y nos subieron; entonces nos encontramos con que allí estaba toda la prensa y la televisión. A algunos de los reporteros los conocía. Los saludé y les dije: por favor, avisen a mi casa que nos llevan a Tlaxcoaque”, relata la profesora Martínez.
Los jóvenes, a su vez, fueron concentrados en la explanada de la Rectoría y colocados bocabajo. “Debíamos tener las manos en la nuca, nos quitaron todos los objetos de metal. En algún momento alguien gritó: están arriando la bandera. Esa que el rector había colocado a media asta luego del bazucazo. Todos nos pusimos de pie y comenzamos a cantar el Himno Nacional. Los soldados no supieron qué hacer y nosotros casi llorábamos de la emoción”, recuerda Manuel Gómez Muñoz, delegado ante el CNH por el Conservatorio Nacional.
Los militares subieron a los detenidos a 20 camionetas panel y camiones de tropa. A unos los condujeron a Lecumberri —incluidas 43 mujeres—,a otros se los llevaron a la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal.
Según los partes militares de cada uno de los agrupamientos, en las instalaciones universitarias se encontró “propaganda subversiva en contra del gobierno”, “chistes en contra de las autoridades”, “retratos del Che Guevara, Mao y Castro” y “pintas con leyendas como ‘Lucha hasta morir’, ‘Volveré y seré millones’, ‘Si la victoria ya está cerca’”.
También reportaron el aseguramiento de “una pistola marca Ruby calibre 0.38 y otra de gas en forma de pluma fuente, cintas grabadas, fotografías y cámaras fotográficas, lámparas de alumbrado para el mismo fin, vales que amparan cantidades diferentes de dinero entregadas por el CNH, todo lo cual fue entregado a la Policía Judicial”.
Los militares mostraron a los periodistas “una caja que contenía botellas vacías de refresco con estopa en el pico, las cuales, se supone, eran bombas molotov”, informó El Día, el 19 de septiembre. No obstante, aclara que los periodistas no vieron ningún otro tipo de armas, durante el tiempo que siguieron la acción militar, pues al filo de la medianoche fueron desalojados del campus.
Al día siguiente, sin embargo, durante los interrogatorios judiciales, la prensa ofreció falsa información con respecto a los jóvenes detenidos.
La Secretaría de Gobernación tampoco esperó a que concluyera la toma del campus para emitir un comunicado en el que justificaba la medida, advirtiendo que las instalaciones universitarias habían sido ocupadas y utilizadas ilegalmente para actividades ajenas a los fines académicos.
Luis Echeverría, secretario de Gobernación, aseguró el día siguiente: “La Ciudad Universitaria será entregada a las autoridades universitarias inmediatamente que éstas lo soliciten”.
Pero no lo hicieron. El rector Barros Sierra consideró que pedir la entrega de las instalaciones universitarias era tanto como aceptar que habían solicitado la ocupación. Para la medianoche, el Ejército ya había abarcado las instalaciones de la UNAM y desalojado de la zona a los reporteros, quienes llegaron casi al mismo tiempo que comenzó la incursión. La Ciudad Universitaria permaneció así hasta el 30 septiembre.
Gerardo Estrada considera que, con la toma de CU, el gobierno cometió un error: “Descabezó muchas escuelas y provocó que se ahondara la desorganización que ya privaba en el CNH. Lo que se había avanzado para la negociación se vino abajo y había que comenzar de nuevo, porque después el CNH tendrá que reunirse en condiciones muy difíciles y ya sin control sobre las brigadas”.
La ocupación no sólo levantó la protesta de diversos sectores sociales, que manifestaron su desacuerdo en diversos desplegados de prensa. Uno en especial llamó la atención: el que firmaron mil 500 maestros, artistas e intelectuales, encabezados por Jesús Silva-Herzog y Pablo y Herique González Casanova.
Además, estudiantes universitarios de diversos estados del país se manifestaron y el movimiento, lejos de replegarse, tomó una fuerza inusitada en los siguientes días, cuando brigadas de jóvenes se organizaron en el perímetro de la Ciudad Universitaria, donde improvisaron mítines en todos los espacios públicos, según recuerda Luis González de Alba.
“Hablaban en los cafés, en el cruce de algunas avenidas deteniendo el tráfico; o bien, se acercaban a la línea de soldados y tanques, formando grupos silenciosos. Pasado un rato, alguien tomaba la palabra para dirigirse a los soldados.”
En el campus, la voz de León Felipe se apagó, pero dejó viva la leyenda de Alcira Soust, la joven pedagoga uruguaya que mantuvo el sonido de los versos del poeta desde la cabina de radio de la Facultad de Filosofía y Letras, donde permaneció escondida los once días de la ocupación, sólo bebiendo agua del grifo. (Retomado del periódico Excélsior)

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