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miércoles, 16 de mayo de 2012

Carlos Fuentes sobre Chiapas


Edición Especial



Tras la muerte ayer de Carlos Fuentes, Zona Costa encontró este documento sobre la opinión del escritor mexicano sobre Chiapas, el cual lo publicamos íntegramente:


La cuestion chiapaneca
**por Carlos Fuentes**

¿Leyó Ernesto Zedillo la nota de la revista Time en la que abiertamente se hablaba de un presidente "derretido"? ¿Pensó que en política, mucho más que en filosofía, tuvo razón el obispo Berkeley cuando dijo hace más de dos siglos: El Ser es la Percepción? ¿Se impacientó de ser percibido como un presidente débil y políticamente inexperto? ¿Se dolió de que su presidencia, sustentada sobre bases electorales mucho más firmes que las de su predecesor, Carlos Salinas, no gozase de la fuerza que pronto alcanzó éste? ¿Pero cómo ganó su fuerza Salinas, siendo un presidente con legitimidad electoral tan discutida? ¿Podía Zedillo conquistar fuerza y confianza pública con el equivalente del Quinazo -la acusación y encarcelamiento del nefando líder petrolero Joaquín Hernández Galicia en enero de 1989, que tantos aplausos le valió a Salinas-? ¿Qué Quinazos le quedaban a Zedillo, agobiado por las sucesivas devaluaciones del peso, la fuga de capitales, la evaporación de las reservas, las amenazas de moratoria de pagos y bancarrota, los préstamos con o sin condiciones? ¿No tenía cuatro buenas opciones y una mala? ¿No era la primera buena opción remover a un Gabinete de mediocridad flagrante y sustituirlo con otro verdaderamente competente, representativo del talento y la pluralidad nacionales y abocado a atender una situación de emergencia? ¿No era la segunda buena opción llevar a una conclusión justa, creíble y rápida los -Casos Colosio, Posadas y Ruiz Massieu -tres asesinatos que ensombrecen la conciencia pública y el prestigio del aparato judicial que Zedillo quiere reformar-? ¿No era la tercera, buena opción proseguir, sobre las bases anteriores, el avance hacia una plena democracia mexicana, a partir del Acuerdo Político Nacional suscrito entre los partidos y el Gobierno el pasado mes de enero? ¿Y no era la cuarta, la opción de mantener la tregua en Chiapas, armándose de paciencia y más paciencia, como lo dijo el presidente hace poco, argumentando contra los balcones de dentro y de fuera del aparato oficial que usar la fuerza en Chiapas no significaba acabar con la vio lencia en Chiapas, sino aumentarla allí y en el país entero? ¿Por qué optó Emesto Zedillo por la quinta y más mala de sus opciones: romper la tregua en Chiapas? ¿Porque era la más fácil para desvanecer la imagen de debilidad presidencial? ¿Corriendo el riesgo de aparecer más débil que nunca, prisionero del Ejército, de los halcones nacionales, de los tiburones internacionales y, aun, del Gobierno norteamericano? ¿Cómo saber, a la vez de la flagrante contradicción entre la política de hábil paciencia y voluntad negociadora del Zedillo de ayer y la política militarista del Zedillo de hoy, quién maneja a quién: si el presidente al Ejército, o el Ejército al presidente? ¿No sabe el presidente que responder a la violencia popular con la violencia oficial revela el nombre verdadero de ésta: la impunidad? ¿Por que careció finalmente de paciencia, imaginación y voluntad, incluso frente a la retórica maximalista y a los desplantes publicitarios del comandante Marcos? ¿No sabía que la mera presencia del Ejército en el perímetro de la tregua era suficiente para asegurar la contención del conflicto y darle tiempo y más tiempo, pero también más y mas exigencia de imaginación política, a su solución? ¿No se debía negociar ya con encapuchados insurgentes en una iglesia católica -en espera, quizás, de que el país deje de negociar con encapuchados oficiales en la iglesia del PRI? ¿Alguien cree que los arsenales descubiertos en Veracruz y el Distrito Federal son, de ser del EZLN, una amenaza real para el gobierno? ¿Son estos ridículos- arsenales -diez armas de fuego, tres cañones caseros, dieciocho granadas, dos minas, nueve kilos de explosivos y 946 cartuchos- mayores que los de cualquier asaltante bien provisto en una de nuestras grandes ciudades? ¿No tiene mejor armamento cualquier pequeño cacique pueblerino de México? ¿Y por qué en un régimen que se dice comprometido con la reforma y eficacia de la justicia, se da el espectáculo público de un procurador general mostrando la parafernalia de un miserable arsenal mezclado con supuestas pruebas de subversión libros, revistas, artículos, ejemplares de Time y del New York Times? ¿En qué queda la supuesta independencia de un procurador salido de un partido de la oposición, descubriendo que un movimiento armado tiene armas y que hay centenares de publicaciones que se han ocupado del conflicto chiapaneco? ¿Se trata de liquidar la cada vez más destartalada fama del PAN como partido de oposición? ¿Tiene razón Porfirio Muñoz Ledo cuando habla de un régimen de Estado bipartidista PRI-PAN? ¿Se, ha convertido la Procuraduría General de la República en la PANadería General de la República? Y mucho más gravemente, ¿este espectáculo digno de la Santa Inquisición anuncia tiempos de pesquisa ideológica, de satanización de la heterodoxia, sea política, intelectual o sexual? ¿Entramos a un periodo de guerra sucia a la argentina? ¿Con qué garantías cuentan los ciudadanos, los diarios y revistas, las universidades y los centros de investigación y sobre todo los individuos y sus familias, cuando se crea un clima inquisitorial, de asociaciones delictivas, en el que todos los cavernarios políticos del país se sienten autorizados, por la energía y la voluntad admirables del señor presidente, a actuar en defensa de las instituciones amenazadas por rebeldes, izquierdistas, ateos, homosexuales, sidosos, mujeres que piden el derecho al aborto, anormales en suma? ¿No hemos visto demasiadas veces estos abismos tenebrosos abrirse en nuestro tiempo, a veces como parte de una política deliberada, a veces como resultado de un descuido o una debilidad oficiales que los halcones se apresuran a aprovechar, hasta convertirse en los campeones de una libertad excluyente de los demás porque son intérpretes privilegiados del pensamiento presidencial? ¿No abre, ominosamente, Zedillo esta perspectiva cuando sataniza a las dirigencias del EZLN diciendo que no son "ni populares, ni indígenas, ni chiapanecas"? ¿No son, en todo caso, mexicanas? ¿Debió Simón Bolívar abandonar su condición de aristócrata venezolano para liberar a los esclavos de la mita peruana? ¿Debió el Che Guevara abstenerse de luchar en Cuba porque era argentino? ¿Tenía algo que ver el Cura Hidalgo, lector de Rousseau, con las turbas iletradas de la Independencia mexicana? ¿Y en qué momento se convirtieron los representantes zapatistas, de dirigentes dignos de sentarse a negociar, en delincuentes dignos de ser exterminados por el Gobierno? ¿Son ciertos los informes de ejecuciones sumarias en Chiapas, las declaraciones de tortura de mujeres zapatistas a las que las confesiones les fueron arrancadas con amenazas y toques eléctricos? ¿Y quién nos asegura que, una vez liquidada la insurgencia zapatista, se atenderán de verdad los problemas seculares de Chiapas? ¿Estarían esos problemas presentes en nuestras conciencias sí, no hubiera sido por Marcos y el EZLN? ¿Volverá Chiapas, sin Marcos y el EZLN, a caer en manos de gobernadores ineptos y corruptos, volverán a hundirse los ancestrales reclamos de la región en el olvido, la desesperación y la injusticia? ¿Por qué se tilda de delincuentes a los insurgentes zapatistas y se trata como púdicas doncellas a los finqueros, los ganaderos, los rapamentes, los terratenientes que explotan a Chiapas con la impunidad y la alevosía que les dan sus guardias blancas? ¿Por qué, siempre, tanta violencia contra los débiles en nombre del derecho y, tanta justicia hacia los poderosos en nombre de la impunidad? ¿Terminará esta guerra, reiniciada por el Gobierno, restaurando simplemente el statu quo ante en Chiapas? ¿Será una guerra breve, una operación quirúrgica: en la que las voces de la protesta y de la justicia sean sofocadas al cabo por el coro adulador y leguleyo de la razón de Estado, los imperativos financieros y otros biombos de la injusticia perpetuada? ¿O será Chiapas una guerra larga, de atrición, un Vietnam mexicano en el que el colonialismo interno somete a sus sujetos coloniales, una Chechenia que no se atreva a decir su nombre, una sombra separatista proyectada sobre el futuro de México por la impaciencia y la ceguera centralistas? ¿Confía el presidente Zedillo en una operación veloz que le permita, de allí en adelante, gobernar con firmeza a favor de una política democrática? ¿O son la democracia, el acuerdo político y la voluntad negociadora, las primeras víctimas de la nueva guerra en Chiapas? ¿No dice acaso verdad Adolfo Agular Zinser cuando advierte que con la razón de la reforma democrática de su lado, "un Gobierno en tránsito genuino, real, tangible a la democracia y la justicia", le quitaría razón a los zapatistas y los obligaría forzosamente a negociar? ¿Es demasiado tarde para restaurar la política de paz, paciencia y negociación en lasque Zedillo debió, con persistencia, fundar su propia autoridad presidencial? ¿Hoy, está enajenada esa autoridad al Ejército, a la bolsa de valores, a los ultras mexicanos, a los menos numerosos pero a los más rapaces? ¿Ha dividido el presidente a México, al país, creando las condiciones para un enfrentamiento civil? ¿No contó el Quinazo de Salinas con un consenso nacional, mientras que el Chiapanecazo de Zedillo carece de él -a menos que identifiquemos la adulación con la nación-? ¿Cuenta Zedillo con la fatalidad del olvido, el desgaste de las convicciones" el peso aplastante de la necesidad? ¿O puede aún ser un presidente con la autoridad que él mismo ha explicado, la autoridad fundada no en el autoritarismo, sino en la democracia? ¿Pero puede Zedillo conquistar la verdadera autoridad sin el apoyo de la sociedad civil, los partidos políticos y sus organizaciones? ¿Es ésta, al cabo, no una lucha aislada en la selva lacandona, sino una lucha nacional entre las fuerzas de la oscuridad (dinosaurios del PRI, caciques, asesinos emboscados, especialistas en represión) y las fuerzas de la luz (la sociedad civil en su conjunto)? ¿Quedará Zedillo sometido a las sombras, dividido entre sol y sombra, o salvado por la luz? ¿Depende la respuesta sólo de él o de la mayoría de los mexicanos? ¿Coincidirán al cabo nuestro ser nacional y nuestra percepción democrática? ¿Podremos lograr dicha coincidencia sin esa "necesidad moral de la paz", como la llama elocuentemente Miguel Ángel Granar dos Chapa, indispensable en "una nación atribulada por la miseria y la inequidad, atenazada hoy por esa guerra de todos contra todos impuesta por la crisis devaluatoria y su manejo", a la que encima de todos sus males, se le impone hoy una guerra persecutoria en Chiapas?

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